El rol del Estado en el centro de la campaña electoral y el camino del medio
¿Hasta donde debe llegar el Estado? ¿Qué es capaz de ofrecer la espontaneidad del mercado? Y ¿Qué posibilidades tiene el camino del medio?
Es cierto, la campaña oficialmente no ha iniciado. No hay candidatos oficializados y la justicia federal no habilita el proselitismo sino hasta treinta días antes del acto eleccionario. Mientras tanto, la agenda de temas que tendrán relevancia en la puja por el congreso hay que rastrearla en las gestiones de gobierno, el discurso institucional o en hechos políticos indirectos que moldean el debate público. Como de lógica costumbre, oficialismo y oposición revestirán de importancia aquellos asuntos que potencien sus posiciones relativas. Una cosa es segura: el rol que debe cumplir el Estado se inscribe como un punto de confluencia que todos deberán abordar.
El tópico es tan viejo como la reflexión política misma. ¿Dónde termina el individuo y comienza el colectivo? ¿Qué asuntos corresponden a la esfera privada y cuales deben ser abordados por una instancia superior que rija sobre los miembros de una comunidad? El tema es infinito y podría rastrearse desde la República de Platón y la Política aristotélica hasta la filosofía política contemporánea. Nuestro objetivo es mucho más modesto. ¿Qué definiciones sobre el rol del Estado construirá cada sector de cara a las próximas elecciones en el contexto de la argentina 2025?
El kirchnerismo reivindicó desde el desembarco de Néstor Kirchner en la casa rosada un modelo estado-céntrico omnipresente. El contraste con los magros resultados que las recetas neoliberales - pos caída del muro - habían desparramado por el tercer mundo, era propicio para que el "Estado presente" como camino hacia la igualdad ganara la simpatía de grandes mayorías. Dos décadas más tarde, ese sentimiento sencillamente se derrumbó. El Estado se mostró insuficiente por sí mismo - y mal administrado - para lidiar con los problemas que venía a solucionar. La pobreza y la indigencia alcanzaron niveles récord, el estancamiento económico se hizo costumbre y el proceso inflacionario indetenible. Solo por nombrar las principales variables ilustrativas. Al mismo tiempo, sectores ligados al poder de turno lucieron un bienestar extraño a la lucha por la igualdad que se suponía, estaban dispuestos a combatir.
Casi sin esfuerzo, el liberalismo clásico en la versión reloaded de los libertarios, desempolvó sus antiguas luchas contra los privilegios y puso nombre a los responsables: "la casta". Todo exceso lleva a su contrario y la opinión pública avaló rápidamente la idea de que el problema estaba en la desmesura del sector público. El modelo libertario, con toda su pompa moderna, no es más que la reivindicación del pequeño rol que atribuían al Estado los padres del liberalismo originario: la protección de la vida, la libertar, la propiedad y la igualdad ante la ley. El gobierno de Javier Milei demoniza casi toda intervención del sector público en la vida de los ciudadanos y edifica sobre la esperanza de un cambio cultural que nacería de los propios individuos a base de necesidad y ajuste. Los ciudadanos finalmente se harían cargo de su destino en la espontaneidad del mercado. Una pretensión que parece por lo menos optimista ante la brecha de desigualdad económica y social que existe en argentina. Así planteado no resulta tan extraña la convocatoria a las fuerzas del cielo.
Pero Estado vs mercado es simplemente un falso dilema. Las definiciones tajantes y excluyentes entre ambos han dejado de ser el camino elegido en casi todos los países prósperos del mundo. Un aprendizaje que los argentinos no terminamos de absorber. Dos instancias que deben complementarse y cuya importancia depende más de su calidad que de su cantidad. De allí que entre los excesos de la grieta comiencen a tomar forma posiciones mesuradas y racionales que exigen un mayor esfuerzo pero que auguran, tal vez, mejores resultados. La defensa de un recorrido paulatino, que garantice pisos mínimos de igualdad de oportunidades a través de la educación pública inclusiva y de calidad, el acceso a la salud y la contemplación de situaciones singulares para aquellos que, por diversos motivos, se encuentran impedidos de competir en el libre juego de la meritocracia. Una línea discursiva menos pomposa que las pasionales consignas que se agitan a uno y otro lado de la grieta nacional. Un rumbo tejido artesanalmente desde algunas administraciones provinciales que buscan empatizar con un modelo público-privado. Una idea sin desmesuras que alguna vez los argentinos tendremos que poner a prueba.